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27.Oct.2017 / 09:44 am

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Alí, El Precursor

Por aquí entró un Precursor y de aquí salió otro  Precursor. Alí Primera es el precursor de la Revolución Venezolana. De él aprendimos las palabras sagradas que abrieron el camino a nuestro proceso revolucionario. Lo que no pudieron hacer Tribuna Popular, Ruptura,  Basirruque, La Chispa o el Qué Hacer, ni los partidos que se erigían en vanguardia cada uno de la Revolución, lo hizo aquel muchacho falconiano con un cuatro, una guitarra y su talento infinito.

Alí enseñó a todo el pueblo a decir Revolución (“… busquemos con alborozo el sol maravilloso de la Revolución”), Patria (“La Patria es el hombre…”), Compatriota (“… entonces ¿a qué vienen pequeño compatriota?”), Camarada (“Yo te digo camarada…”), imperialismo (“… se que hay un enemigo, es el imperialismo…”), y hasta nos recordó que Bolívar era algo más que una moneda devaluada. Alí resucitó a El Libertador y nos llamó a todos a seguir sus pasos (“Bolívar, bolivariano, no es un pensamiento muer- to…”).

Con su tenaz militancia en la solidaridad internacional, Alí bordó para los venezolanos un precioso pañuelo de luces con las luchas de los pueblos del mundo contra la explotación y el colonialismo: Mujer del Vietnam, La Noche del Jabalí, Sombrero Azul, Tonada de un pueblo amaneciendo, Canción para los valientes, Agua clara Nicaragua, entre otras muchas, eran canciones que al venezolano común lo formaban en la mejor escuela de temas mundiales: el internacionalismo proletario, que es estar del lado de los oprimidos en cualquier rincón del planeta.

Hoy, reivindicar la obra de Alí, pasa por la difusión    de sus valores intrínsecos: compromiso revolucionario, solidaridad militante, radicalidad principista, unidad del pueblo, concepción integral-universal de la Patria, revaloración de la cultura popular; y tenemos que partir del reconocimiento de las propias raíces del Padre Cantor, de la tierra, el vientre y el hábitat natural-cultural donde bebió la savia primaria de su conversión en Precursor de   la Revolución. Falcón debe ser el epicentro de un gran homenaje nacional e internacional a Alí Primera. No cabe duda que su siembra desde aquel fatídico 16 de febrero de 1985, se ha regado por todo el territorio de la Nación  y que en cada corazón del pueblo venezolano Alí tiene su Panteón íntimo y particular.  Pero entre estos cardones    y tunas, entre estos medanales y anchuroso mar, entre esta paradójica mezcla de tristeza y exuberancia, nació su abrazo eterno al compromiso revolucionario y su talento como creador. Y aquí tiene que venir la Patria toda a verse y reinventarse en la vida y el ejemplo de Alí. Ejemplo que no cesa de señalar los peligros que nos acechan desde afuera y desde adentro. Ejemplo que nos habla de cómo entregarse por completo a la lucha del pueblo con un des- prendimiento absoluto hacia los privilegios. Consecuencia radicalmente guevariana.

Que algún ente público declare a Alí como Patrimonio del Pueblo, es una redundancia, pero no está demás. Que algún parlamento haga una sesión especial, pudiera ser ocioso, pero, por cortesía, bienvenida será. Pero que aprovechemos la fecha de estos veinte años de la siembra de Alí, para desatar en todo el país un amplio movimiento social de reflexión revolucionaria, intensificando los es- fuerzos en materia de formación político-ideológica, incorporando las escuelas bajo el lema “Un Alí en cada niña y cada niño”, esa si sería una forma bonita de recordar a quien todo lo dio por la Revolución Venezolana.

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Alí Primera: crisol de valores universales o la

maravillosa aventura de ser revolucionario

Mi padre a lo cuarenta años se interesó por Vietnam y de las luchas de los afrodescendientes en Estados Unidos. Siendo obrero petrolero, había carecido de oportunidades para estudiar la geopolítica mundial o la sociología de la gran nación del norte. Entonces quiso leer el libro Raíces de Alex Halley y saber de Ho Chi Ming. Todo por un cartucho que Mamá adquirió en el centro de Maracaibo en uno de sus viajes a comprar telas e hilos. La carátula del enorme casete era anaranjada y negra, con la silueta de un torso soportando una guitarra y el rostro de un hombre de afro y bigotes espesos que cantaba. Era Alí Primera.

Papá, como millones de venezolanos humildes, conoció la geografía universal a través del canto de ese inmenso muchacho falconiano que escrutó en las luchas de los pueblos la exquisita mina de la solidaridad. Palabra más cristiana que cualquier oración religiosa, la predilecta de Jesús, ese sentimiento que nos mueve a actuar a favor  de los demás porque no somos felices ante su necesidad. Alí fue maestro de la solidaridad. Militante a morir de su sensibilidad social que en términos revolucionarios no se conforma con lamentarse sino que compromete sus energías con la transformación social, arrancando de raíz las causas de la injusticia. Por eso Alí fue comunista desde temprana edad.

El Chile de Allende y Victor Jara (Canción para los valientes), la Nicaragua sandinista (Agua clara Nicaragua), El Salvador de Arnulfo Romero (Sombrero Azul), Uru- guay (Canto Oriental), Bolivia (El Cantor de Bolivia), Cuba (Cuba es un paraíso), Colombia (La Guerra del Petróleo), Brasil (América Latina Obrera), Haití (La noche del jabalí), Puerto Rico (Borincana), todas las naciones hermanas fueron temas de sus canciones y destinos de su amor in- finito y su atención. Alí no tuvo límites en su entrega y desprendimiento.

Como el cisne de Rubén Darío, Alí atravesó el pantano de la fama y salió límpido, puro, inmaculado de toda vanidad o avaricia. Los proxenetas de la farándula le tendían emboscadas multimillonarias y Alí las conjuraba llenándose de pueblo. Su mayor adicción era la de estar entre los humildes, su alfa y omega. Su secreto. Por eso cultivó como nadie la verticalidad de principios y la perseverancia, enseñándonos que quien abraza la causa del pueblo lo hace de una vez y para siempre.

Cuando nuestra historia patria se hundía en el doloroso abismo del olvido, la canción necesaria de Alí Primera se transfiguró en poderosa Canción Bolivariana para resucitar al Libertador en la esperanza de la buena gente de este país. Surgió el bolivarianismo como ideología de la posibilidad cierta de construir una nueva sociedad: la Patria Buena.

Cuando nuestros valores culturales patrios eran seg- regados por la dictadura de los malditos medios de alienación, Alí nos regaló aquel precioso tejido de canciones dedicadas a Luís Mariano Rivera, Pío Alvarado, César Rengifo, Armando Reverón, Sobeida La Muñequera y Ar- mando Molero. Allí se detuvo un rato a beberse un trago de puesta de sol en la costa oeste de Paraguaná y nos dictó cátedra de poesía entre voces de Andrés Eloy Blanco y Aquiles Nazoa.

Cuando la avasallante cultura neoliberal del individualismo nos empujaba en masa al suicidio del amor, Alí emergió solemne de los desiertos océanos de la soledad, con una multitud de pájaros en la melena. Trajo enormes cestas de ternura, de amor por el terruño, por los recuerdos de la infancia y la amistad. Amor por la madre, por los hermanos, por las niñas y los niños, por la ciudad, por el poblado rural, por el paisaje, por la Vida.

Él nos advirtió del mal que nos azota: el imperialismo. Nos dijo cómo quitárnoslo de encima: con la Revolución. Nos enseñó el camino de esa nueva vida: el Socialismo. Es que Alí fue sobre todo maestro.

Por eso, al hablar de valores de la falconianidad que es hablar de valores de la venezolanidad, tenemos que hablar de Alí Primera. Hoy, reivindicar la obra de Alí, pasa por la difusión de sus valores intrínsecos: compromiso revolucionario, solidaridad militante, radicalidad principista, unidad del pueblo, concepción integral-universal de la Patria, revaloración de la cultura popular; y tenemos que partir del reconocimiento de las propias raíces del Padre Cantor, de la tierra, el vientre y el hábitat natural-cultural donde bebió la sabia primaria de su conversión en Precursor de la Revolución. Porque entre estos cardones y tunas, entre estos medanales y anchuroso mar, entre esta paradójica mezcla de tristeza y exuberancia, nació su abrazo eterno al compromiso revolucionario y su talento como creador. Y aquí tiene que venir la Patria toda a verse y reinventarse en la vida y el ejemplo de Alí. Ejemplo que no cesa de señalar los peligros que nos acechan desde afuera y desde adentro. Ejemplo que nos habla de cómo entregarse por completo a la lucha del pueblo con un des- prendimiento absoluto hacia los privilegios.

Parafraseando a Fidel Castro, quien al recordar a Che Guevara dijo que quería que sus hijos fueran como él, digamos nosotros que si tuviéramos que escoger un ejemplo de cómo quisiéramos que fuesen nuestros hijos y los hijos todos de esta Patria, pues diríamos sin ninguna duda, que sean como Alí.

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La canción: militante y hermana de la Revolución

Para Alí

La canción es la expresión más sencilla y sincera del espíritu de los pueblos. A través del canto, gen- eración tras generación, las etnias de la tierra han

dejado su rastro de sensibilidad en la humanidad contem- poránea.

El wayúu canta su jayeshi en la árida sabana. El yekua- na canta su ademi en la húmeda selva. El complejo e in- explicable mundo de los sueños o la crónica cotidiana del humilde oficio del cazador, son motivos de inspiración del canto indígena, la canción originaria.

Así también, los momentos cruciales de la historia de las naciones, son cantados con esencias del corazón de los pueblos.

Nuestro “Gloria al bravo pueblo” antes que himno, fue la canción popular que insufló bríos a los soldados patrio- tas de la gesta independentista. “La Bayamesa”, canción marcial de los bravos mambíes, es hoy el glorioso Himno de la República de Cuba. “La Marsellesa” simboliza musi- calmente a la Revolución Francesa. “La Internacional” es el canto unitario del proletariado mundial y coro ritual que cantamos los comunistas, igual que “O bella chao”.

La resistencia popular en la Guerra Civil Española nos legó un largo y hermoso repertorio de canciones espon- táneas que la gente improvisó para ensalzar su causa y desenmascarar al enemigo. “La Tortilla” y “Carmela” son para muestra dos botones que han sido luego versionadas en diferentes latitudes y estilos.

Mención aparte y honorífica merece el cancionero de la Revolución Mexicana. “Nuestro México febrero 23”, “El 7 leguas”, y la inmortal y popularísima “Carabina 30-30”, han recorrido el mundo en las voces de las cantoras y los cantores indoamericanos, y sus músicas han inspirado a creadores de otras nacionalidades a colocarles letras diversas, siempre dentro del espectro del canto comprometido.

Y, qué decir de la magnífica producción musical de la Revolución Cubana.

También de son vive el hombre…

La humanidad le debe mucho a la Revolución Cubana. Ojalá algún día la historia recoja el aporte en sacrificios hechos por Cuba a la independencia de África. Independencia en todos los sentidos. Con la liberación de Angola y Namibia, la caída del Apartheit, la excarcelación y elección de Mandela, pero también graduando médicos, maestros, ingenieros, que luego han ido a servirles a sus pueblos con gran mística como se les formó en la Isla de la Dignidad.

Pero lo que le debemos más a Cuba, es su gigantesco acervo musical. De la “vieja trova” al estilo del maestro Carlos Puebla, hasta el original sonido de la Nueva Trova de Silvio y Pablo, la canción cubana ha abierto caminos de Revolución en todo el planeta. “Tu querida presencia”, una sola de las varias canciones que Carlos Puebla hizo al Che, ha sido cantada en decenas de idiomas, pasando por el griego, el ruso, el francés, el polaco, el búlgaro, el italiano, el creole, el zulú, el vietnamita y el inglés.

La Canción con mayúsculas se hace militante y hermana de la Revolución. Adquiere vida propia y se transforma en instrumento de lucha y victoria. La Nueva Trova Cubana es el ejemplo más convincente de lo que decimos. El tradicional genio musical del Caribe se incorpora en una guitarra audaz y una voz metálica y original como la de Silvio Rodríguez, una de las mentes más brillantes del siglo XX y lo que va del XXI. Revolucionario irreductible que prefiere ser llamado el necio antes que “traicionar la gloria que se ha vivido”. Con él, Pablo Milanés (herede-  ro del filing), Vicente Feliú (dragón que canta claro), Noel Nicola (la ternura y el ocaso), Lázaro García (nostalgia y espejo), Amaury Pérez (poesía y búsqueda), Sara González (fuerza y entraña), constituyeron y constituyen hoy un ejército ideológico, espiritual, más poderoso que toda la maquinaria tecnológica comunicacional del imperialismo. Cuando éste se empeñó en aislar, los muchachos de la Trova tejieron un indestructible puente de afectos en los corazones nuestroamericanos. Contra el amor no puede nadie.

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El Sandinismo canta Revolución…

Otra Revolución que triunfa por las armas en nuestro continente es la Nicaragüense. El Frente Sandinista de Liberación Nacional agrupa a los patriotas nicas contra  la corrupta dinastía de los Somoza, que es apoyada, por supuesto, por los Estados Unidos. El 19 de julio de 1979 la guerrilla revolucionaria derroca al tirano e instaura el gobierno popular.

La consigna sandinista es Patria Libre o Morir (PLOMO), pero además de plomo, los heroicos descendientes de Augusto César Sandino y Carlos Fonseca Amador, cantan a todo gañote la alegría de su lucha. Cabe recordar a Carlos Mejía Godoy y los de Palacaguina, que hicieron famosos temas como “El cristo de Palacaguina”, “Quincho Barri- lete”, “Son tus perjúmenes”, “Clodomiro el ñajo”, “Monimbó”, “La flor de pino” y “Alforja campesina”. También Luís Enrique, el hermano menor de Carlos Mejía Godoy, tuvo su propio estilo y aportó temas gloriosos como “Juana”, “De la palabra vida”, “Eran treinta con él”, y muchas otras.

La canción sandinista estuvo siempre ahí donde el movimiento popular la necesitara. Incluso en la cárcel, de entre los horrendos barrotes de la dictadura pro-imperialista, brotó la poesía de un Tomás Borges quien junto a sus compañeros de la Dirección Nacional del Frente, cantó aquella bellísima canción al “Tayacán, vencedor de la muerte”, Carlos Fonseca.

Temas inolvidables que nos rememoran la emotividad de ver el despertar de la Revolución en Centroamérica: “No pasarán”, “Cuál es la consigna”, “Nicaragua, Nicaraguita”. Honor y gloria a la Patria de Sandino.

Chile de Violeta, Chile de Víctor…

Antes de Allende, durante Allende y después de Allende, la canción chilena labró mucha conciencia patriótica y revolucionaria. Violeta Parra y toda se estirpe cantando al pueblo trabajador, al campesinado, al estudiantado, llamando a lucha, invitando a mundo mejor.

Víctor Jara es un hito histórico en Nuestra América.

¿Quién lo duda? En su cuerpo martirizado se materializa la leyenda del Cristo crucificado. Su canción lastimera revela el dolor del humano humilde condenado a una pobreza cruel. Pero también convoca a rebelión. Responsablemente revolucionaria, la canción de Víctor Jara, es denuncia y construcción. Canta lo hermoso de los valores humanos populares (Si tuviera un martillo), ataca sin cuartel la vanidad de la burguesía (Las casitas del barrio alto); y reivindica la acción revolucionaria y el internacionalismo (Zamba al Che).

Con Víctor, muchos de su generación como Patricio “El Pato” Mans, excelente cantautor, los grupos Intiilimani, Quillapayún e Illapu, magníficos músicos al servicio de la causa socialista, crearon una cultura de la canción revolucionaria que traspasó la largurucha geografía chilena y recorrió toda Nuestra América incluida la de habla inglesa, y llegaron por fuerza del exilio a Europa, donde aún son referencia de todo cuánto tenga que ver con eso que allá llaman Latinoamérica.

Como el maíz…

En toda esta tierra que la voz indígena llama Abia Yala y que el Popol Vuh nos enseña fue poblada por “hombres de maíz”, la canción comprometida, necesaria, urgente, protesta, solidaria, en fin, la canción revolucionaria, ha tenido poderosos efectos generadores. Del Río Bravo al Estrecho de Magallanes, la canción es el fruto común de nuestra inmensa alma creadora.

Brasil tuvo a su malogrado Geraldo Vandré y tiene su Chico Buarque. Uruguay su Daniel Biglietti, su Zitarrosa, sus Olimareños. Argentina su Atahualpa Yupanki y Mercedes Sosa. Bolivia su Benjo Cruz.

Como el maíz, la papa, el tomate y los frijoles, la canción revolucionaria tiene raíces profundas en Nuestra América. Con ella nos hacemos montaraces guerreros de la Revolución o nos enternecemos en arrullos por la vida que vendrá. Con ella nos llenamos de conciencia y crecemos para la Patria Humanidad. Con ella nos elevamos para construir la República Humana de que nos habló Bartolomé de Las Casas. Parafraseando al Apóstol de Cuba, José Martí, digámosle a la canción lo que él le dijo al verso (que a los efectos, son lo mismo): “o nos condenan juntos, o nos salvamos los dos”.

Alí, poeta de la inmensidad

Es tu sesenta y siete aniversario, Poeta de la In mensidad. Ninguno de tus versos se arrastra. No cabe una letra de miseria humana en tu poesía.

Hasta la canción metralla contra el odiado opresor se hace con magnanimidad.

Tu mirada universal busca siempre lo profundo. Busca la verdad social, la raíz de la injusticia, la salida hacia un mundo nuevo.

De alguna forma fuiste navegante de lejanías. Tu respiración atraía el horizonte. Caminando por la playa, tu alma es el océano.

Recurres al mar como elemento de crianza, como matriz de tu más recóndito ser. Asumes el cielo, porque sólo el cielo alcanza con su enamorado éter, la cósmica distancia hasta el límite del mar.

Nos dijiste: “Si estás lejos de la envidia, tendrás cielo despejado”, para curarnos de esa malvada herencia de las sociedades clasistas, de gentes pobres de espíritu, tristes acomplejados que sufren por la gloria del otro.

Nos cantaste: “Velero será siempre el hombre, y el mar, es la vida intensa, y el hombre navegando en ella, nau- fraga y se pierde si no tiene impulso”, para que fuéramos corajudos ante las dificultades de la lucha.

Nos legaste un acervo de sentires y lecciones con savia popular pura. Porque nunca tuvimos tanta patria y tanta dignidad como cuando tus canciones inundaron las gargantas de este pueblo haciendo añicos los siglos de silencio.

Tus huellas sobre esta tierra son acordes para armar la melodía colectiva, la marcha triunfante de los pueblos que comienzan a labrar su propia historia. Todas tus premoni- ciones se van materializando con la luz del mediodía, con el sol a medio cielo.

La inmensidad es una presencia telúrica en tu obra. La humanidad cabe en una pequeña cancioncilla que estremece a los sensibles. Andar descalzo habla de una solidaridad permanente y de inspiraciones sublimes inmunes al mercado.

La generosidad es un don de los seres elevados. Tu diálogo cara a cara con el firmamento te granjeó su amistad, así nos dijiste en tu canción de despedida: “camarada es el cielo con su generoso azul”. Hubo lluvia de estrellas.

Antes habías pronosticado que “limpia sangre germinará sobre el mar”. Jamás te dejaste atrapar por la objetividad reaccionaria. Sin la utopía no se vive, sólo se existe. Sin la poesía que germina en la esperanza ningún futuro será mejor que la muerte.

Por eso tus elementos no son las nimias propiedades pequeñoburguesas. Tu creación no se detiene en el sofá ni malgasta adoraciones al poder. De allí la grandeza y trascendencia de cada nota del cuatro en tus manos, de la guitarra que acaricias, del grito en que echas a volar tu palabra, esa que por dentro quema y te da sed.

La sed oceánica de esas gaviotas que vuelan a tu orilla, la seducción marina que crea sirenas lo mismo que suspi- ros, el anhelo de espacio para soltar las aves que anidan festivas en tu corazón.

Todo lo bueno que ocurre en este presente es cosecha de tu particular huerto frutal. Porque aún desde esa extraña distancia donde estás, sigues amaneciéndonos con el alimento que nutre pueblos libres.

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Hoy tu Venezuela comienza a cabalgar de nuevo

Hoy una petaca persistente

y un niño que tira de la cuerda de su papagayo, simula “la cuarta” del cuatro que arranco Tin Marín.

Hoy un pescador, con el cantar de los gallos en la alborada

lanza su atarraya al mar

Y va remando en un cayuco tricolor rumbo a alguna parte,

con los cuentos de Bolívar

invitando a construir la Patria Nueva.

Y a un anciano, sentado en un andamio, se le escucha decir, que

Mamá Pancha y Tío Juan empujan a un gigante

para acercar la madrugada

Muchos no sonríen, porque les invade el miedo

Hoy tu Venezuela; Primera,

comienza a cabalgar de nuevo

 

Eduardo Ballán Madrid, febrero 2007